Santi Cazorla vuelve a enfrentarse al Real Madrid este domingo, en un día histórico para el Real Oviedo, que regresa a Primera División en el Carlos Tartiere tras más de dos décadas. Será un partido especial para el club, para el Tartiere y, sobre todo, para el propio Cazorla. Pero no será la primera vez que el asturiano esté cerca del escudo blanco. Porque un 27 de agosto de 2008, hace ya 17 años, Cazorla no solo soñó con ser jugador del Real Madrid, durante un día dio por hecho que ya lo era.
La historia comenzó con una llamada. En plena resaca de la Eurocopa de 2008, la que cambió el rumbo del fútbol español, el joven Santi Cazorla, que por entonces deslumbraba en el Villarreal, recibió una noticia que le desbordó de ilusión. El Madrid, que llevaba dos años siguiéndole, acababa de llegar a un acuerdo con el submarino amarillo para cerrar su fichaje. Fue ahí cuando el asturiano llamó a su amigo y compañero de selección, Íker Casillas.
Esta conversación fue captada por la prensa. “Bueno, trátame bien ahí, ¿eh? Apóyame un poco que voy de nuevo y no tengo ni puta idea”, le dijo Santi entre risas, en una conversación que captaron las cámaras de Canal 9. Era una charla natural, entre colegas, sin filtros, con la inocencia de quien está cumpliendo un sueño. Incluso le comentó que David Villa, su paisano y compañero de selección, también estaba en conversaciones con el club blanco: “Hablé ahora con el Guaje y dice que él también igual se viene”.
Santi Cazorla posa feliz en un Carlos Tartiere vacío
Una mañana de ilusiones
Cazorla tenía entonces 23 años y era una de las joyas más codiciadas del fútbol español. Campeón de Europa, zurdo exquisito, con talento, visión y gol. En el Real Madrid, el proyecto lo dirigía Pedja Mijatovic desde los despachos y lo entrenaba Fabio Capello, con una plantilla plagada de estrellas: Van Nistelrooy, Cannavaro, Marcelo, Higuaín, Diarra…
Todo apuntaba a que el fichaje era inminente. Santi ya había informado a sus compañeros del Villarreal, se había despedido de varios, y junto a su mujer preparaba el viaje a la capital. El club blanco, presidido entonces por Ramón Calderón, y el Villarreal de Fernando Roig habían alcanzado un principio de acuerdo. La presentación en el Santiago Bernabéu estaba prevista para el día siguiente, según apuntaban varios medios.
Roig, el freno inesperado
Pero en el fútbol, como en la vida, nada es seguro hasta que se firma. Esa misma tarde, Fernando Roig activó todos los mecanismos para frenar la operación. En una sola reunión, logró convencer a su estrella de que se quedara. El Villarreal exigía que el Madrid abonara los 28 millones de euros del traspaso, incluidos los 12 millones correspondientes a impuestos. El club blanco intentaba evitar ese sobrecoste, intentando camuflar el pago como traspaso y no como cláusula.
Cazorla.
Roig se mantuvo firme. “Cuando yo quiero fichar a alguien voy de cara y directo. Si se puede, bien; si no, a otra cosa”, declaró tiempo después. En Chamartín, en cambio, se consideró una traición al pacto no escrito entre clubes. Las tensiones se dispararon. El Real Madrid empezó a recular, el entusiasmo se enfrió, y lo que por la mañana era una certeza, por la noche ya era un recuerdo. En lugar de ser presentado en el Bernabéu, Cazorla acabó renovando con el Villarreal. Su cláusula subió, su salario también, y su compromiso con el club castellonense se reforzó.
Cazorla seguiría en el Villarreal tres temporadas más antes de emprender una carrera brillante en Málaga, Arsenal, de nuevo Villarreal, Al Sadd y, finalmente, regresar al club de su vida, el Real Oviedo. Hoy, a sus 40 años, mantiene la zurda mágica y una templanza que solo dan los años. En más de una entrevista ha reconocido que aquel fichaje frustrado le dolió, pero lo acepta sin rencor. “Todo aquello sucedió porque el Madrid no me quiso lo suficiente”, ha dicho en varias ocasiones.
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